lunes, 26 de noviembre de 2007

Corazones acariciando el aire





En el poblado no había silencio,
Tan sólo pausas
Entre la constante algarabía
De la espesura.
Llegó, entonces,
La mañana de aquel día
En la que un leñador,
Ansiando algo con qué aliviar
Su rutinaria labor, presto oídos
A los latidos de su atropellado pecho,
Marcándole con el pulso
El aire pausado entre cada golpe.

Y en la choza cercana, un niño
Descabezó por fin el sueño
Sobre un resonante lecho
De tajos acompasados,
Mientras la madre tejía su sonrisa.
Y el trasnochador que la observaba,
Acodando su melancolía al pilar,
Cantó de las floridas muchachas
Que regresaban con la mañana del río;
De los atareados hombres
Riendo junto al fuego;
De la frágil esposa
Con el hatillo a la espalda.
Y cada uno tuvo una estrofa
A su propio quehacer ajustado,
Y cada cual se demoraba
Para mejor reconocerse en el canto:
El encorvado abuelo
Cargando el haz de leña,
Los vocingleros zagales
Con el mono saltarín,
Las soñadoras jovencitas
Que lanzaban la taba.
Sólo el grupo de las mujeres
Seguía con su molienda,
Ajenas al portento
Que alumbrase aquel día,
Pero el golpe del pesado mortero
Se alternaba de mano en mano,
Punteando su cumplido son,
Con un vaivén de hojas de palma
Ceñidas a las caderas;
Mientras un rumor de jaguar
Les nacía en en el pecho,
Como una hamaca
Mecida por el placer.

Y todos los corazones
Acariciaron el aire.




Cantoblanco, 2007-2008

lunes, 5 de noviembre de 2007

Destino



Apenas se elevó sobre su propia altura,
Y ya conoció en la arena del teseión
La torva sonrisa de veladas intenciones. 


La grasa y la arena caían como escamas
Sobre las gradas, reiterando en su memoria
La rabia y el despecho de su orgullo zaherido.

Y, como cada atardecer, rehizo el camino a casa
Sacudiéndose el polvo de las sangrantes rodillas
Y sorbiendo el agridulce desprecio de la derrota.

¡Así se templan los mejores!¡Así ha de ser! 


Proclamó el aya, limpiando en el rebosante pilón
Las orgullosas heridas ¡No hay quien desbarate
La intrincada trama con que la divinidad tejió el destino!
A cada uno le cabe su suerte, sea contra el fulgor del bronce
O trayendo guerreros a este mundo entre albos vellones.

Con todo, gorrión, ¿Quién reverencia ya el temor inasible
A todo lo que deviene? ¿Acaso echemos en olvido
Las lindes que han de cruzarse, antes de que el yelmo
Venga a cubrir esta amable ingenuidad maltratada?

En tiempos también agrestes, Peleo, señor de Magnesia,
Discípulo de Quirón, el sabio centauro que le enseñara
A resistir en los juegos a Atalanta, la soberbia hija de la Osa,
Y a domeñar a
su sobrina, la divina Tetis, con circular artimaña;
Envió a su hijo, el rubio Aquileo, a pasar por ingenua doncella,
Lejos de la guerra, disfrazado entre sus isleños parientes.


No sufras en demasía los reveses de tu reciente condición,
Ni te crezcas cuando, pasado el tiempo, alcances la excelencia;
Sino a los dioses venera como tu límite encumbrado, rogando:

¡Salve, señora de la dorada aljaba, hija de Leteo!
Divina Ártemis, triscadora de caminos sin rastro,
Protégeme del campo regado con la sangre de tantos;
A este cachorro al que le es llegado el término
Y ha de arrostrar la suprema prueba al pié de la ciudadela!
Que yo me acordaré también de otro canto y de tí.


 



Madrid noviembre 2007



El pozo, el brocal y el cubo

In memoriam Agustín Vento Retorna al pozo y a las tunas de pinceladas sueltas y a las relumbrantes mañanas, Con su brisa de pluma  y...