Siempre habremos de vestir
nuestra última máscara,
apenas la que nos ponemos,
al abrir la puerta
y trasponer el umbral.
¿Quién podría sobrevivir
Al escarnio en carne viva? Vulnerable a las miradas
Que nos inscriben,
A la mano
que nos sacude
Y a la palabra
que nos esculpe.
Siempre llevamos
Nuestra última máscara,
Aunque hay una
que las supera Y deja inermes
A los ávidos merodeadores
Y silencia
Las lenguas más desatadas.
Sí, ya sabes cuál,
La invisibilidad que otorga
La suprema indiferencia.
¡No hay otra mejor!
Que la transparencia
Que devuelve a los demás
Su propio reflejo.
Tras la inmolación de los simulacros,
Anida la renovación de los símbolos
Que nos componen.
¿Quién sabe del flujo que,
Bajo el asfalto, Riega
la umbrosa chopera
Exaltando su orografía?
Ven, pues, a la feria, al juego
Multicolor de los reflejos mundanos;
Caminemos frente a frente
sin vernos; revolvamos una vez más
las mercancías dispuestas
bajo luminosas telas de arañas
Y cantemos las melodías de moda
Mientras recomponemos la figura.
Que yo no desespero, ni aguardo
Ningún eclipse extraordinario;
Día a día, ante mis ojos se despliega
Un espectáculo de anhelos; mascaradas
De Narcisos extraños a su propio reflejo,
sujetos del deseo, puro e ilimitado.
Mira, allá vamos,
Remedando distinción,
Pero ¿qué falta nos hace?
Si cuando alzo la mirada
Me ampara el mismo
Y siempre otro firmamento;
Y al bajarla,
Veo unos pies plantados
Sobre sus propias huellas.