Viajo acompañado de mapuches, aimaras
y quechuas; suena en los vagones cadencias de Cuzco, Antioquia y Valparaíso;
mientras otros ramales transbordan
hacia las costas de Mali y Senegal.
Antaño, entre remaches y blancas baldosas,
se compartía bandazos con el fresador
venido de La Roda, manchego y segundón;
con el pasante de una lóbrega oficina
entre Callao y la plaza de Santo Domingo.
Vecino fui del practicante y del escayolista,
del fontanero y el marmolista que enmarcaba
la cruz funeraria en la vecina Sacramental.
De pequeño, sobre los descampados
en donde jugábamos al rey de la montaña,
entre cardos y artemisas, los poblados
y cañadas vertían su cachorros de navaja bravía;
barriendo las lindes de una chiquillada oculta
tras las rejas de los portales, mientras otros
enfrentaban aquella porción de vida pandillera,
entre la temeridad y la osadía.
Hoy, por esas calles, bajo soportales
y arboledas nocturnas, rima el ballenato
su goce de ronda, bien machito y prieto;
mientras las barras campean sus dieciséis vulvas
de dinero fácil por entre las trincheras
de sombras y los pañuelos campeches.
De niño jugábamos a mayores con reglas reñidas,
hasta que el espectro del padre regresaba
a la casa, a otro juego sin réplica posible.
De niño, las voces cruzaban el espacio nocturno
convocando, entre chitones y concursos televisivos,
las cenas rituales y las riñas conyugales.
De niño los pantalones eran demasiado cortos,
las canicas pocas y el miedo te rasgaba
la espalda como un petardo a punto de estallar.
Ahora las plazas bullen de un rosario
de pieles cobrizas, mulatas y criollas,
coleando su pelo azabache; lindas churras,
pequeñas y vivarachas que pasean
su trofeo de madres de niños indómitos
que heredan lo peor de la memoria reciente:
¡Si ahorita me berreas y faltas, con quince
de a puñadas me habrás de hablar, como tu padre!
Madres huidas de los contornos del altiplano
o de los galpones de tantas selvas y que,
cabizbajas, trasiegan por las aceras una niñez
quebrada por el pulque y la chicha, lastrada
por los siglos de olvido y desgobierno.
Hoy regreso en mitad de mi vida
al barrio de mi infancia;
salgo de la boca de granito a la calle,
hacia unas manos de seda, cuyo rostro
habita ya en su propio silencio.
Y siento que llego tarde a la cita
con todas las espaldas
cargadas en su caminar baldío,
que se hace tarde en el tizón oculto
de todas las madres, en su secular destierro
de una historia, infame y sin esperanzas.
Madrid, Metro Quintana -línea 5- 10 de octubre del 2009