lunes, 5 de noviembre de 2007

Destino



Apenas se elevó sobre su propia altura,
Y ya conoció en la arena del teseión
La torva sonrisa de veladas intenciones. 


La grasa y la arena caían como escamas
Sobre las gradas, reiterando en su memoria
La rabia y el despecho de su orgullo zaherido.

Y, como cada atardecer, rehizo el camino a casa
Sacudiéndose el polvo de las sangrantes rodillas
Y sorbiendo el agridulce desprecio de la derrota.

¡Así se templan los mejores!¡Así ha de ser! 


Proclamó el aya, limpiando en el rebosante pilón
Las orgullosas heridas ¡No hay quien desbarate
La intrincada trama con que la divinidad tejió el destino!
A cada uno le cabe su suerte, sea contra el fulgor del bronce
O trayendo guerreros a este mundo entre albos vellones.

Con todo, gorrión, ¿Quién reverencia ya el temor inasible
A todo lo que deviene? ¿Acaso echemos en olvido
Las lindes que han de cruzarse, antes de que el yelmo
Venga a cubrir esta amable ingenuidad maltratada?

En tiempos también agrestes, Peleo, señor de Magnesia,
Discípulo de Quirón, el sabio centauro que le enseñara
A resistir en los juegos a Atalanta, la soberbia hija de la Osa,
Y a domeñar a
su sobrina, la divina Tetis, con circular artimaña;
Envió a su hijo, el rubio Aquileo, a pasar por ingenua doncella,
Lejos de la guerra, disfrazado entre sus isleños parientes.


No sufras en demasía los reveses de tu reciente condición,
Ni te crezcas cuando, pasado el tiempo, alcances la excelencia;
Sino a los dioses venera como tu límite encumbrado, rogando:

¡Salve, señora de la dorada aljaba, hija de Leteo!
Divina Ártemis, triscadora de caminos sin rastro,
Protégeme del campo regado con la sangre de tantos;
A este cachorro al que le es llegado el término
Y ha de arrostrar la suprema prueba al pié de la ciudadela!
Que yo me acordaré también de otro canto y de tí.


 



Madrid noviembre 2007



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