viernes, 17 de mayo de 2024

Léolo




"Porque sueño, yo no estoy loco"
Jean-Claude Lauzon, 1992.




Cada uno guarda de su infancia 
la impronta de un paraíso;
de un lugar protegido, 
en una floreciente confusión
de sensaciones sin nombre. 

Tal vez por ello, intuyes 
que una suerte de exilio 
se dispone ante tí 
al sentir la labor del tiempo. 

Tras ese umbral, un mundo comienza. 

Un mundo forjado 
en el yunque del dolor,
un mundo en el que aprendemos 
a vivir bajo la sórdida señal 
de la culpa, con la vaga sospecha 
de una falta que nos apremia.

¡Algo debimos haber hecho! 

Algo prohibido que se alumbró 
tras un cálido anhelo de poderío,
o que nació del soberbio descuido 
que anida en la ignorancia. 

Tal fue, en efecto, nuestra iniciación. 

Un singular instante 
larvado en la conciencia;
de padres a hijos, de hijas 
que se hacen madres. 

Una condena que nos lega 
un repentino gesto de rabia
y el imborrable semblante 
de nuestra más reciente osadía. 

Y así, al descubrir que accedemos 
a un horizonte ya dispuesto,
emerge el más íntimo desengaño, 
por el que, hasta lo más insignificante,
denuncia una extrañeza, tan propia, 
que el corazón se vuelve
hacia visiones y anhelos 
poblados de gestos ardientes
y fugaces placeres que, día a día, 
nos van encandilando. 

¡Si aún supiéramos recrearnos,
Tal vez la salvación estuviera a la mano!

Bastaría con idear un hogar
poblado por reflejos, olores 
y una soledad compartida. 
Allá deberíamos haber nacido, 
orgullosos portadores 
de un nombre apropiado. 
Si tan sólo pudiésemos renacer
tras el secreto que encierra 
el orden preciso de las palabras 
que nos permitieran evocar 
los rastros dispersos 
por la tersa piel de la memoria. 

Con todo, esos efímeros dones 
recién alumbrados, son ya portadores 
del vestigio de alguna falta,
pues devienen otro modo de fatalidad.  

Tal acaece con cada palabra, 
pues penamos tras ellas,
encelados por las brillos 
que iluminan, atravesados 
por el deseo que irradian. 

¡Palabras y deseos! 

Y una pasión irrefrenable
por nombrar, con tal 
de no dar término al sueño,
con tal de no aventurarnos 
y ver nuestra audacia pervertida 
en el curso de la indolencia cotidiana.

Un deseo de palabras
que es ya temor de realidad, 
anhelo de una vida
en la que alienta ya la muerte. 

Y aunque algún día 
nos buscásemos
entre papeles y retratos,
nos asaltaría, la extrañeza
y nos desviviríamos 
por recomponer
esa efímera coherencia
de la que está malhecha
nuestra imagen en el espejo. 

Y, pese a todo, 
en cada ocasión, 
el retrato, la carta 
o el reloj sin esfera, 
revelaría el escenario
de un olvidado sueño 
que aún añoramos.

Pues la tierra ignora 
esta voluntad nuestra
por persistir y se nutre 
de los restos desperdigados
por los márgenes 
de nuestra existencia.

la tierra no guarda memoria, 
sino que se desprende,
como muda de sierpe,
de los instantes, 
una vez consumados. 

¡Debemos, pues, aprender a morir! 

Debemos ensayar a vivir 
nuestra propia muerte.

No sólo una, multitud de veces. 

Pero ¿cuál? ¿Cuál es nuestra muerte? 

¿Cuál es la forma en la que seremos inmolados
en el caso de que no podamos hacer de un sueño 
nuestro modo de vida, o de que no logremos 
yacer junto a la belleza que ha alumbrado este mundo?




Cine y Tragedia: Léolo
XXXVI
Congreso de Jóvenes filósofos.
Madrid, 1999-2017




En el Claro

Bailan las hojas  Bajo luces fugaces Brincan los corzos  ***** 葉は舞う 光の閃きで 鹿は跳ぶ  ***** Ha wa mau Hikari no hirameki de Shika wa tobu