Ya no recuerdo
tu nombre,
signo perdido
en el tráfago del tiempo.
Ni siquiera sé
cómo evocar tu rostro,
al que, aquella vez,
acosé con tanto deleite.
Apenas me ocupé
de los perdidos anhelos
o los presentidos temores.
No me desdije
con paladar amargo
de las argucias de miel
que urdí
en la penumbra.
Mentí,
bien lo sé,
reeditando
sobre tu cuerpo
las escaramuzas
de otros
amores desairados.
Las lindes
que entreveramos
con tanto ardor
fueron renuentes deseos
que ansiaban su olvido
entre tus cálidos flancos.
Huí.
Tu cuerpo amaneció
sin nadie
que le ofreciera amparo.
Y ahora
que contemplo
las nubes prender
guedejas azuladas
sobre las cimas de la sierra,
ahora que en los hogares
crepita el amable fuego,
expío
esta íntima condena,
este penar a destiempo,
con la certeza de haber hecho
de esta vida
un osario
de ocasiones baldías.
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