lunes, 26 de noviembre de 2007

Corazones acariciando el aire





En el poblado no había silencio,
Tan sólo pausas
Entre la constante algarabía
De la espesura.
Llegó, entonces,
La mañana de aquel día
En la que un leñador,
Ansiando algo con qué aliviar
Su rutinaria labor, presto oídos
A los latidos de su atropellado pecho,
Marcándole con el pulso
El aire pausado entre cada golpe.

Y en la choza cercana, un niño
Descabezó por fin el sueño
Sobre un resonante lecho
De tajos acompasados,
Mientras la madre tejía su sonrisa.
Y el trasnochador que la observaba,
Acodando su melancolía al pilar,
Cantó de las floridas muchachas
Que regresaban con la mañana del río;
De los atareados hombres
Riendo junto al fuego;
De la frágil esposa
Con el hatillo a la espalda.
Y cada uno tuvo una estrofa
A su propio quehacer ajustado,
Y cada cual se demoraba
Para mejor reconocerse en el canto:
El encorvado abuelo
Cargando el haz de leña,
Los vocingleros zagales
Con el mono saltarín,
Las soñadoras jovencitas
Que lanzaban la taba.
Sólo el grupo de las mujeres
Seguía con su molienda,
Ajenas al portento
Que alumbrase aquel día,
Pero el golpe del pesado mortero
Se alternaba de mano en mano,
Punteando su cumplido son,
Con un vaivén de hojas de palma
Ceñidas a las caderas;
Mientras un rumor de jaguar
Les nacía en en el pecho,
Como una hamaca
Mecida por el placer.

Y todos los corazones
Acariciaron el aire.




Cantoblanco, 2007-2008

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