
A Bernardo Ballester.
Entrañas de
relámpago, tu voz.
Señoreando los
gozos del poder.
Fulgor del cadmio
iracundo;
Ocupando el sutil
espacio
Entre las férreas
gamas
De las tierras de
Siena.
Cuídate las
veladuras de la memoria,
Pues el tiempo
mulle las aristas del cuerpo,
Dejando que
ese instante precioso, inscrito
En tu
pupila con exquisito primor,
Se vista con la altiva
indiferencia.
Guárdeme, no
obstante, una porción
De esa vuestra
bondad esmeralda,
Que la deseo para
después; para
Sumergirme en un
trazo nacarado
De esa albufera
que siempre añorasteis;
Arrumbada en la
memoria de la posguerra,
Arrebujada bajo la
bufanda del anhelo;
Irredento, en
vuestra amable rebeldía.
Referiré de
mí,
Que aún no he
rasgado
El cendal del
alumbramiento;
Ni he abierto, con
doble hacha,
La amplia y
providente cabeza;
Me hundo en
la inmensidad
De una
mar sin rutas;
Boqueando bajo
haces de luz
Y límpidos
reflejos de guadaña.
¿Por qué me
mostrasteis
Este caminar
parejo,
¡A mí! inútil
para bocetar
Ese laberinto de
olorosos pinos
Y dóciles naranjos
De vuestras
blancas veredas,
Orladas de mar?
¿Por qué hemos de
ser expectación
De su sonriente
mirada; el mentón
Alzado y prieto,
en concentrada
Aprobación y no
ser uno mismo?
Esta telaraña de
emociones; este cogote
Acogedor para el
amigable palmeo
Y amplio para
recibir el orbe de la culpa.
¿Remonta
acaso, el río
La intrincada
corriente,
Hasta el bullente
manantial,
Oscuro y fresco,
bajo el labrado
Dintel de piedra?
¿Por qué hemos de
revivir,
Una y otra
vez,
El tajo de
Héctor al pie de la almena,
Mientras que el
espejo nos inscribe,
Cada mañana,
Un rostro ya
arrasado por el tiempo?
Dime…
¿Hemos aun de
acoger al viajero
Que
recibiera vuestro don hospitalario,
Como si fuéramos
un nudo más
En el diseño
inextricable del extenso linaje?
O, cual
mirmidón sin tacha,
¿He de
buscar por la amplia orilla
La inasible
sombra del ausente?
Del padre, del
maestro, del amigo...
Pero tú, fiel
compañero de viaje
Por lóbregas
pensiones
Y luminosos
sueños,
Mírame con
las pupilas de entonces
Que, con su
corazón, te calzaré
Sobre la amplia
colcha;
Para soñar
amalveceres.
No hace falta que
te asegure,
En este poema
falto de ritmo;
Garabateado sobre
la fe
En el doloso
calendario,
Que está todo
rememorado;
Que ya está siendo
en palabras,
Con
aquella fijeza
con la que el asombro
Abrió canaladuras
en mi alma;
Junto a la
estantería; al filo de la mesa
O al abrigo de la
amplia chimenea;
Pues siento que
palpita
Para alcanzar el
umbral
Del sosiego, de
esa,
Vuestra tierna
entereza.
Cantoblanco, 9 de Octubre-22 Noviembre del 2009
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