Revestido de uno mismo,
adornado con lo propio,
ramoneo el reflejo
que surca ese otro pálpito.
La mirada, descansando
a tres metros de mi silueta,
libre del asalto de los tránsitos,
parece extrañamente calma.
Casi ajeno al vértigo de rostros
cuyo rastro arañaba mi memoria
labrando surcos indelebles
de imposible melancolía,
sonrío a la sombra
que me precede
a tres metros de terrazo;
ajeno ya al deseo, que se despide
sin volver el rostro.
¡tanto como compartimos!
Un luminoso vacío
esculpe mi centro
y diluye toda congoja
y la voluntad de su gesto.
Escucho los pasos de gato
marchar por el pasillo...
Lo he dejado marchar.
Estoy dispuesto a todo.
Ignacio Vento Villate, calle del oráculo, Madrid
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