martes, 27 de mayo de 2008

En el Umbral




En el umbral de ese espejo sin azogue,
En la duermevela de mis afanes
Que me hurta la conciencia de ser
Con su inefable don de la ubicuidad;

A través de ese bostezo sin fondo
En donde habita toda posibilidad,
Soñé que mundos vivían en mí
Con el candor de las tardes de estío.

Tardes de caramelo que me sorprendían
Libando amores en el cerco de los labios,
Compartiendo anhelos y licencias,
Cumplidas con despreocupada lozanía.

Soñé vientos que, pese a su embate,
Elevaban mi cuerpo cual cometa;
Volando sobre maizales de rojizas flamas
Y campos de amorfas y dulces cidras;

Que la mar pendía del cielo y, entre terrones,
hormigas portaban miel mientras,
prendidos de sus perchas, dóciles azores
Acechaban a la ocasional imprudencia.

Soñé que un claustro de imposible delicadeza
Se tendía en el soleado jardín de unos baños,
Con su acueducto de mármoles satinados
Que se erguía a salvo de la avidez humana.

Al final, ignoro si fue efecto del despertar
O que, estando a punto de la vigilia,
Conspiraba, con onírico apremio,
Por atravesar el umbral y regresarme.

Ignoro la forma de averiguar si aquella trama
Estaba urdida sobre el diseño cotidiano
O bajo la brumosa corriente de
deseos perdidos.

Madrid, mayo de 2008

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