Los días eran
de la juventud arriesgada,
cuando surcos abrían las naves
en la mar paciente
y blanco ardid a los vientos
de la esbelta vela encelaba.
Eran los días fugaces,
ebrios pasabas las noches
desgranando, en alados tributos,
los pormenores de tu renovada odisea.
Lejana quedaba aquella hora del alba
en la que pétalos de luz rasgaban
el velo de la oscuridad abismada.
Lejana quedaba aquella hora brumosa
en la que, del valle hacia las altas cumbres,
el humo trenzado de los hogares se alzaba
Y en el desperezado sueño se confundiría,
entre graves ídolos y severos espectros,
El anhelo de Argos junto la costa.
Isla Cristina, 1981
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